Panhispánico

Pretender poner de acuerdo a más de cuatrocientos millones de personas acerca de cómo usar correctamente su lengua común es una empresa imposible, además de un acto de arrogancia por parte de aquel que se atreva a creer que su forma de hablar y de escribir es la única correcta. Aun así, no está de más que todos los hispanohablantes nos dejemos guiar por unas normas que evitan el desbarajuste y hacen posible que la lengua cumpla su función primordial: la comunicación. Sigue leyendo

Una de tildes

Hace un tiempo hablé aquí del libro Tintín en el país de los sóviets –un panfleto anticomunista del que Hergé no se sentía muy orgulloso– y les prometí que algún día explicaría por qué sóviets debe escribirse con tilde a pesar de ser una palabra llana que termina en -s. De entrada les diré que me he permitido la libertad de corregir el título de esta primera aventura del periodista belga, ya que en el libro lo que se lee es soviets, sin tilde. Esto puede deberse a que el traductor desconociera la regla de la que vamos a hablar hoy, o bien a que pronunciase soviets como palabra aguda, lo cual es correcto aunque no muy habitual. En ese caso no lleva tilde a pesar de que acabe en -s. ¿Por qué? Sigue leyendo

Sí cabe duda

Si no lo he dicho antes, lo digo ahora: una de las mejores herramientas del corrector de textos es, según mi experiencia, la capacidad de dudar. Para este oficio son precisas determinadas manías que algunos arrastramos, sin saber muy bien por qué, desde hace una eternidad. Por ejemplo: amar obsesivamente la lengua española, comprender –o intuir– las causas y las consecuencias de algunos de sus caprichos gramaticales, conocer y admirar sus mecanismos ortográficos y, sobre todo, dudar constantemente durante la lectura de un texto y saber dónde encontrar las respuestas para esas dudas. Sigue leyendo

Moda no es lo mismo que elegancia

La lengua, como casi todo en el mundo, está sometida a las modas, y estas ponen en circulación lo mismo ropas y canciones horrendas que expresiones que parecen dar mayor porte al que las emplea, pero que en realidad no hacen otra cosa que dejarlo en evidencia. Desde hace un tiempo leo la construcción participar de donde no le corresponde, y no sé si su uso es simple fruto de la ignorancia o si además se trata de una ignorancia que está de moda. Si es esto último, quienes cometen tal error están cayendo en la misma trampa que aquellos que piensan que los vaqueros llenos de remiendos y rasgones son elegantes. Unos y otros son gentes modernas (son de estos tiempos), pero olvidan que la elegancia casi siempre sigue estando en lo clásico. Sigue leyendo

Barras de bar, vertederos de amor

Me vino casualmente a la memoria el verso de El Último de la Fila que leen arriba porque me han hecho dos consultas lingüísticas, a cuál más curiosa, sobre un par de asuntos que, aunque no tienen nada que ver con la canción Insurrección, están –de manera muy remota– relacionados con ella. Vamos a hablar de una barra, pero no es la de un bar, sino un signo (/). Y vamos a hablar de dolor, pero no del que desparraman los enamorados despechados entre copa y copa, sino de la forma pronominal del verbo doler. Sigue leyendo

El recopetín de la confusión: ‘inflingir’

Algunas parejas de palabras son tan parecidas entre sí que a veces las confundimos y usamos una donde tendríamos que haber empleado la otra. Es el caso de los verbos infringir e infligir, que ante nuestros ojos son casi gemelos, pero tienen significados diferentes. El despiste a cuenta de ese parecido incluso lleva a algún incauto a inventar verbos imposibles: ayer vi en el cine la segunda parte de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte y me dolieron los oídos cuando escuché al mago Dumbledore (en realidad escuché al actor que dobla a Michael Gambon) pronunciar la palabra inflingir. Ahí la confusión fue extrema. Como dirían los cómicos de Muchachada nui, eso fue el recopetín. Sigue leyendo

Las fechas de Frodo Bolsón

No se me ha ocurrido otra cosa –a mi edad…– que empezar a leer El Señor de los Anillos, de Tolkien. Y me está pareciendo una obra fascinante, mucho más que las maravillosas películas de Peter Jackson, con las que en algunas partes tiene muy poco que ver. La versión cinematográfica altera notablemente varios episodios de las aventuras de los hobbits y también se salta otros detalles menores, como el hecho de que Frodo y Bilbo cumplen años el mismo día: el 22 de septiembre. Sigue leyendo

Mayúsculas y tildes (por si quedaba alguna duda)

¿Todavía hay quien crea que las palabras escritas en mayúsculas están exentas de cumplir las reglas de acentuación gráfica? Tengo la impresión de que sí, y probablemente parte de la culpa sea de la Real Academia Española, que hasta hace unos años no le prestó demasiada atención al asunto. También hubo en el pasado razones de carácter técnico –las veremos a continuación– que llevaron a la confusión y casi acabaron por otorgar categoría de norma a lo que nunca lo fue. En todo caso, y por si quedaba alguna duda, la RAE recuerda en su nueva Ortografía de la lengua española lo que ya había dicho en la de 1974: «El empleo de la mayúscula no exime de poner la tilde cuando así lo exijan las reglas de acentuación gráfica». Sigue leyendo

Comas, intuición y normas

Hay personas con las que resulta difícil discutir aunque uno sepa que tiene razón. Son amigos con los que se compartieron años de batallas perdidas, compañeros periodistas que –como uno– ya no son lo que eran pero a los que, por afecto, no nos apetece llevarles la contraria. De uno de ellos –genial orfebre de la escritura– tengo grabada, por repetida, una frase machacona: «Mon, échale un vistazo bueno a este texto». Rara vez tuve algo que objetar a sus reportajes, salvo una manía suya que me disgustaba pero que, a falta de más argumento que mi intuición, nunca corregí: tenía este hombre la costumbre de poner una coma después de la palabra pero. Sigue leyendo

Manuel Seco: tolerancia y sentido común

Hace unos años, metido en faenas de corrección en un periódico, me pasé una buena temporada yendo cada dos por tres de mi mesa a la de una compañera –María Jesús Lillo– para pedirle prestado un diccionario de consultas gramaticales y ortográficas que siempre tenía respuestas para mis preguntas. Aquel ir y venir llegó a resultar tan pesado para ambos que un buen día la Lillo me cedió indefinidamente el libro, pero me dejó una cosa bien clara: «El día que me vaya de este periódico, me lo llevo». Y así fue. Mal habría hecho si se hubiera olvidado de él, porque el libro en cuestión era el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco. Una joya. Sigue leyendo