Soneto lingüístico número 7
Tuvimos los canari
os hace años
complejo de hablar mal, sin elegancia;
llorábamos estar a cruel distancia
del verbo de Castilla, ¡vaya engaño!
La causa de esta idea detestable
se hallaba en la ombliguista intolerancia
del godo,1 ese español que en su arrogancia
juzgó y sin ton ni son nos vio culpables.
«Decid vosotros, brutos sin escuela
–ladraba la celtíbera jauría–,
la zeta pronunciad, aunque os duela».
Reñía el castellano a Andalucía,
a México, Canarias, Venezuela…,
sin ver que estaba en franca minoría.
Dedicado a los lingüistas Humberto Hernández y Luis Carlos Díaz Salgado.
Ramón Alemán
1 En Canarias llamamos godos a los peninsulares (a los españoles, no a los portugueses) que se comportan con arrogancia en nuestras islas, en la errónea creencia de que vienen de la España continental a tierra conquistada. Gilberto Alemán, periodista, escritor, tío mío y dueño de una ironía muy afilada, decía que no todos los peninsulares son godos; solamente merecen tal adjetivo –y sustantivo– «los que gritan en los bares», y yo no podría encontrar una definición mejor. En diferentes partes de América también quedan huellas de este uso despectivo (o defensivo) de la palabra godo aplicada a los españoles. (Nota añadida en 2020).
