Siendo yo adolescente tenía una profesora a la que tanto mis compañeros de clase como yo solíamos dejar en evidencia en aquellas ocasiones –demasiadas– en las que los alumnos le demostrábamos que se había equivocado al impartir alguna lección. Lejos de verlas como un triunfo, estas escenas me provocaban una mezcla de vergüenza ajena, compasión y, sobre todo, decepción, pues es triste comprobar que la autoridad es un honor volátil que se desvanece cuando quien la ejerce no está todo lo capacitado que debiera para tal fin. Algo vagamente parecido me ocurrió la semana pasada con la denominada «Unidad de Vigilancia Lingüística», una sección del programa de radio La ventana, de la cadena SER, cuyos responsables perdieron la autoridad que se les supone al censurar de manera arbitraria la palabra editaje. Sigue leyendo
