Soneto lingüístico número 59
Gracias a Dios, y nunca mejor dicho,
existen traductores en el mundo,
pues fue ese Dios, celoso y tremebundo,
quien dio a Babel mil lenguas por capricho.
El traductor, juicioso masoquista,
convierte en comprensible un raro texto
vertiendo habilidad, duda y contexto
en su ancestral marmita de alquimista.
Por él cabalga don Quijote en Francia,
a Dickens en polaco ya han leído
y El principito tuve yo en mi infancia.
La traducción es puente que ha tendido
el hombre sobre ríos de ignorancia,
y allá el altivo Dios si se ha ofendido.
Ramón Alemán