Soneto lingüístico número 50
Cabalga un punto en rocinante1 coma
y ese par es un todo, siempre junto:
coma no es, pero tampoco punto;
es casi un punto, más que simple coma.
La gente toma su trabajo a broma
y algunos quieren darlo por difunto.
Aclarar su función es turbio asunto;
hablamos, claro está, del punto y coma.
Útil le es a todo aquel que lea:
marca fronteras, siempre con permiso,
en el abstracto mundo de la idea.
Termino mi lección con este aviso:
si usar el punto y coma alguien te afea,
y friqui te llamara, haz caso omiso.
Ramón Alemán
1 El sustantivo rocinante, que debemos escribir con minúscula inicial y que yo he usado aquí, muy libremente, como adjetivo, tiene la misma definición en el diccionario de la Academia y en el María Moliner (Gredos): ‘rocín matalón’. Y un rocín matalón, como podrán imaginar, es un caballo flaco como Rocinante, la montura de don Quijote. Sin embargo, mi intención no es llamar flaca a la coma, sino afirmar que la coma y el punto, convertidos ya en punto y coma, van por el mundo con el mismo afán que Rocinante y don Quijote: deshacer agravios y enmendar sinrazones.
Rarísima vez le llevo yo la contraria a José Martínez de Sousa, pero en esta nota lo he hecho al escribir en letra redonda el nombre del famoso caballo cervantino (Sousa recomienda, en Ortografía y ortotipografía del español actual [Ediciones Trea], que escribamos en cursiva «los nombres propios aplicados a animales»). Al usar la redonda, he preferido hacerle caso a la Ortografía de la lengua española (Espasa), de la RAE, que nos dice que «no es necesario marcar de manera especial estos nombres por el hecho de que no se refieran a seres humanos, de modo que no hay por qué escribirlos en cursiva o entre comillas».