Soneto lingüístico número 4
descansa un dinosaurio inteligente,
un canto a la razón, tenaz e ingente,
que leo compulsivo y a destajo.
Tres lustros le llevó a doña María
–palabra tras palabra, despacito–
tejer este mantón casi infinito
que abriga a nuestro idioma noche y día.
María Moliner no tuvo escaño,
por más que lo pidiera algún prohombre,
en la RAE misógina de antaño.
«Academias a mí –dijo a los hombres–;
ya quisieran ustedes mi tamaño
y un diccionario eterno con su nombre».
Ramón Alemán

